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¿Qué es la permacultura?

Cada vez oímos hablar más de la permacultura en los medios de comunicación, pero ¿en qué consiste realmente esta práctica tan ensalzada por los ambientalistas?

Permacultura: Entre una filosofía de vida y un método de cultivo

Los principios de la permacultura (o sistemas agrícolas estables) fueron desarrollados en 1970 en Australia. El término «permacultura» fue acuñado por primera vez por los australianos Bill Mollison y David Holmgren en 1978. 

Resulta complicado ofrecer una definición precisa del término, porque se trata de un concepto muy amplio. Resumiendo, consiste en vivir en armonía con la naturaleza y la comunidad humana. Si lo aplicamos a la agricultura, se trata de crear huertos inspirados en el funcionamiento de los ecosistemas naturales, incluso en pequeñas superficies urbanas. Los que practican la permacultura deben, por tanto, adaptarse a su entorno aplicando tanto la sabiduría tradicional como los datos obtenidos de la investigación agronómica. Si el objetivo de la permacultura es optimizar la productividad cuidando de los recursos naturales, especialmente del suelo, entre otros factores, se encuadra totalmente dentro los principios del desarrollo sostenible.

3 principios básicos para un huerto con permacultura

1.   ¡Bienvenida, diversidad! La permacultura no solo consiste en cultivar vegetales. El concepto de malas hierbas no existe, solo plantas que protegen a otras especies, nutren el suelo e incluso pueden acabar en nuestra ensalada o sopa. Otra palabra clave: interacción. Algunas plantas se perjudican entre sí, mientras que otras se benefician mutuamente. La gestión del suelo también se centra en la variedad: montículos de tierra, estanques, coberturas, árboles, invernaderos, pozos, etc. Todos interactúan para que las frutas y los vegetales crezcan en abundancia.

2.   ¡Fuera pesticidas! Los insecticidas, herbicidas y otros fungicidas no tienen cabida en este método hortícola. Se apuesta por garantizar que el ecosistema creado por el horticultor se defienda de las plagas gracias a su biodiversidad. La fauna y los animales de granja son muy importantes, porque actúan como depredadores de los insectos que atacan a las plantas. Por ejemplo, a los erizos les encantan las babosas y los caracoles.

3.   Adiós al laboreo. Los suelos no necesitan ser arados y las herramientas manuales respetan la vida del suelo. Sin embargo, al igual que en la naturaleza, los suelos no se dejan desnudos: se cubren con una capa de mantillo, que los protege y nutre, a la vez que limita la evaporación del agua de lluvias y la proliferación de plantas indeseadas. Ese mantillo proviene básicamente de los residuos verdes u orgánicos de la parcela (fertilizante verde, hojas muertas, plantas en descomposición, virutas de madera, abono, cáscaras, estiércol animal, etc.): ¡nada se pierde, todo se transforma!